Seguramente has escuchado a alguien decir “eso es solo un callo” cuando aparece una lesión dura y molesta en la planta del pie o entre los dedos. Sin embargo, no todo lo que se ve parecido a un callo lo es. Uno de los errores más comunes es confundir el llamado ojo de pescado con una simple dureza causada por el roce o la presión del calzado. Aunque a simple vista puedan parecer lo mismo, en realidad son problemas muy distintos, con causas, riesgos y tratamientos totalmente diferentes.
El ojo de pescado no es solo una molestia estética ni una dureza pasajera. Se trata de una lesión que puede causar dolor intenso, incomodidad al caminar y, si no se trata correctamente, puede empeorar con el tiempo. Entender qué es, cómo se origina y por qué no debe tratarse como un callo común es clave para evitar complicaciones innecesarias y, sobre todo, para cuidar mejor la salud de tus pies.

📌 IMPORTANTE: El video relacionado a esta historia lo encontrarás al final del artículo.
Para empezar, es importante aclarar qué es realmente el ojo de pescado. Su nombre médico es verruga plantar, y su origen no tiene nada que ver con la fricción del zapato o con pasar muchas horas de pie, como ocurre con los callos. El ojo de pescado es causado por el virus del papiloma humano (VPH), un virus que se introduce en la piel a través de pequeñas heridas, grietas o zonas debilitadas. Una vez dentro, provoca un crecimiento anormal de la piel que da lugar a esta lesión tan característica.
A diferencia del callo, que suele ser una respuesta natural del cuerpo para protegerse del roce constante, el ojo de pescado es una infección viral. Esto significa que puede propagarse, crecer, multiplicarse e incluso contagiarse a otras zonas del pie o a otras personas, especialmente en lugares húmedos como piscinas, duchas públicas, gimnasios o vestuarios. Por eso, caminar descalzo en estos espacios aumenta el riesgo de contraerlo.
Visualmente, el ojo de pescado puede engañar. Suele verse como una zona endurecida, redondeada y algo elevada, pero si se observa con más atención, aparecen pequeños puntos negros en su interior. Estos puntitos no son suciedad, como muchos creen, sino pequeños vasos sanguíneos coagulados. Además, una señal clara para diferenciarlo de un callo es el dolor: mientras que el callo suele doler al presionarlo directamente desde arriba, el ojo de pescado duele más cuando se aprieta de lado, como si la molestia viniera desde dentro del pie.
Otra diferencia clave es la ubicación. Aunque ambos pueden aparecer en zonas de apoyo, el ojo de pescado suele desarrollarse en áreas específicas de la planta del pie o entre los dedos, donde el virus encuentra un ambiente propicio para crecer. En cambio, los callos aparecen casi siempre en puntos de fricción constante, como el talón o la parte externa del dedo gordo.
Uno de los grandes problemas es que muchas personas intentan tratar el ojo de pescado como si fuera un callo común. Usan piedra pómez, cuchillas, parches para callos o remedios caseros sin saber que, al hacerlo, pueden empeorar la situación. Cortar o raspar la lesión sin eliminar el virus no solo no la cura, sino que puede provocar sangrado, infecciones secundarias y una mayor propagación del virus en el pie.
Además, al manipular un ojo de pescado sin protección, existe el riesgo de autocontagio. Es decir, el virus puede extenderse a otras zonas cercanas de la piel, dando lugar a nuevas verrugas. En personas con defensas bajas, diabetes o problemas de circulación, esto puede convertirse en un problema serio que requiere atención médica especializada.
El dolor es otro aspecto que no debe subestimarse. Muchas personas comienzan con una molestia leve al caminar, pero con el tiempo el ojo de pescado puede crecer hacia adentro, debido a la presión del peso corporal. Esto provoca una sensación similar a caminar sobre una piedra pequeña clavada en el pie, haciendo que cada paso sea incómodo y, en algunos casos, realmente doloroso.
Entonces, ¿por qué no debe confundirse con un simple callo? Porque el tratamiento es completamente diferente. Un callo puede mejorar al cambiar de calzado, usar plantillas, hidratar la piel o eliminar el exceso de dureza con cuidado. El ojo de pescado, en cambio, requiere eliminar el virus que lo provoca. Esto puede hacerse mediante tratamientos específicos como ácidos queratolíticos, crioterapia, láser o procedimientos médicos controlados, dependiendo del caso.
Otro punto importante es el tiempo. Un callo suele desaparecer o reducirse cuando se elimina la causa que lo provoca. El ojo de pescado, si no se trata, puede permanecer durante meses o incluso años. En algunos casos, el sistema inmunológico logra eliminar el virus por sí solo, pero no es algo que se pueda predecir ni acelerar sin tratamiento.
La prevención también juega un papel clave. Para evitar el ojo de pescado, es fundamental mantener una buena higiene de los pies, secarlos bien después del baño, usar sandalias en duchas públicas y no compartir toallas, zapatos o utensilios de pedicura. Además, revisar los pies con frecuencia ayuda a detectar cualquier lesión sospechosa a tiempo.
Si notas una dureza que no mejora, duele al caminar, tiene puntos negros o crece a pesar de los cuidados básicos, lo más recomendable es acudir a un profesional de la salud. Un diagnóstico adecuado marca la diferencia entre una solución rápida y un problema que se prolonga innecesariamente.
En resumen, aunque el ojo de pescado y el callo puedan parecer similares, no lo son. Uno es una respuesta mecánica del cuerpo; el otro, una infección viral. Confundirlos puede llevar a tratamientos ineficaces, dolor persistente y complicaciones evitables. Escuchar a tu cuerpo, observar las señales y buscar la orientación correcta es la mejor manera de mantener tus pies sanos y libres de molestias.
Tus pies te sostienen todos los días, te llevan a donde necesitas ir y soportan más peso del que imaginas. Darles la atención que merecen no es un lujo, es una necesidad. Identificar correctamente problemas como el ojo de pescado es un paso importante para caminar con comodidad, seguridad y sin dolor.

