La frecuencia ideal de duchas después de los 65 años

Hablar de higiene personal parece un tema sencillo, pero cuando nos enfocamos en la tercera edad, la conversación cambia. Ducharse no solo es cuestión de sentirse fresco o limpio, también tiene mucho que ver con el cuidado de la piel, la salud general y hasta con el bienestar emocional. Lo curioso es que, a medida que pasan los años, las necesidades del cuerpo no son las mismas que en la juventud, y eso incluye la frecuencia con la que conviene bañarse.

Muchas personas mayores siguen con la idea de que deben ducharse todos los días porque así lo hicieron durante décadas. Sin embargo, la piel de un adulto mayor es mucho más frágil y tiende a resecarse con facilidad, por lo que esa rutina diaria puede terminar siendo más dañina que beneficiosa. Aquí es donde entra la pregunta clave: ¿cuántas veces a la semana debería ducharse alguien de más de 65 años?

📌 IMPORTANTE: El video relacionado a esta historia lo encontrarás al final del artículo.
Lo primero que debemos tener claro es que la piel cambia con la edad. Pierde elasticidad, retiene menos agua y se vuelve más delgada, lo que la hace vulnerable a irritaciones y grietas. Un baño diario con agua caliente y jabones agresivos puede acelerar ese desgaste, provocando resequedad, comezón e incluso pequeñas lesiones que abren la puerta a infecciones. En este sentido, no se trata de dejar de bañarse, sino de hacerlo de forma más consciente y adaptada a las nuevas necesidades del cuerpo.

Los especialistas suelen coincidir en que, después de los 65 años, lo ideal es bañarse entre dos y tres veces por semana. Puede sonar poco para quienes siempre se han duchado a diario, pero la verdad es que esa frecuencia es suficiente para mantener una buena higiene sin dañar la piel. El secreto está en encontrar un equilibrio: mantenerse limpio, pero sin arrastrar los aceites naturales que protegen la piel. Además, entre esas duchas principales, siempre se puede recurrir a una limpieza localizada, como lavar la cara, las manos, los pies, las axilas y la zona íntima todos los días.

Claro está, también hay que considerar el estilo de vida. No es lo mismo alguien que vive en un clima caluroso y húmedo, y que realiza caminatas diarias, que una persona mayor que pasa más tiempo en casa en un clima frío. En los primeros casos, puede que una ducha extra a la semana sea necesaria para sentirse cómodo y fresco. La higiene debe adaptarse a la realidad de cada quien, no hay una fórmula rígida.

Otro aspecto importante es la temperatura del agua. Muchas personas mayores disfrutan del agua bien caliente, pero ese hábito puede ser un enemigo silencioso para la piel. Lo recomendable es optar por agua tibia, que limpie sin resecar demasiado. Y, por supuesto, limitar el tiempo de la ducha: unos 10 a 15 minutos son más que suficientes. Pasar mucho rato bajo el chorro solo incrementa la pérdida de humedad natural.

El tipo de jabón también juega un papel clave. Los jabones antibacteriales o muy perfumados suelen ser demasiado fuertes para la piel de los adultos mayores. Lo ideal es usar productos suaves, con pH balanceado, o incluso jabones hidratantes que contengan ingredientes como avena, glicerina o aloe vera. Así, la piel no solo queda limpia, sino también protegida.

Después del baño, no hay que olvidar la hidratación. Aplicar una crema humectante mientras la piel aún está un poco húmeda ayuda a sellar la humedad y mantener la piel suave. Este simple gesto hace una gran diferencia en el bienestar diario de una persona mayor, ya que reduce la sensación de tirantez y la picazón que puede aparecer tras la ducha.

Ahora bien, más allá de la piel, el baño también cumple un papel emocional. Para muchos adultos mayores, una ducha representa un momento de relajación y autocuidado. Esa sensación de frescura y bienestar influye directamente en el estado de ánimo y la autoestima. Por eso, aunque no sea necesario ducharse todos los días, mantener cierta rutina ayuda a sentirse bien consigo mismo.

Otro punto que no podemos dejar pasar es la seguridad. A medida que envejecemos, aumenta el riesgo de caídas en el baño. Es fundamental que la zona de la ducha esté adaptada, con barras de apoyo, piso antideslizante y buena iluminación. Algunas personas incluso optan por una silla de ducha para sentirse más cómodas y seguras. Después de todo, de nada sirve mantener la piel sana si el baño se convierte en una situación de peligro.

En resumen, no se trata de dejar de bañarse ni de obsesionarse con duchas diarias, sino de entender lo que realmente necesita el cuerpo en esta etapa de la vida. Con dos o tres duchas a la semana, limpiezas localizadas diarias, productos adecuados y algunas precauciones, las personas mayores pueden mantener una higiene excelente sin comprometer la salud de su piel ni su seguridad.

La higiene es mucho más que un acto físico: es una forma de cuidado y de respeto hacia uno mismo. Adaptar esa rutina a los cambios de la edad es una muestra de sabiduría y de cariño por el propio cuerpo. Así que, si tienes más de 65 años o cuidas de alguien en esa etapa, recuerda que menos puede ser más cuando hablamos de duchas.