
A simple vista, un grillo y un camarón parecen no tener nada en común. Uno salta por el jardín, el otro vive en el mar. Pero si los miras con atención —y un poco de curiosidad científica— verás que tienen más similitudes de lo que parece. De hecho, ambos pertenecen a la misma gran familia de los artrópodos, esos bichos con cuerpo segmentado, caparazón duro y patas articuladas.

Lo que tienen en común
Grillos, escarabajos, gusanos… por un lado. Camarones, langostas, cangrejos… por el otro. Todos ellos comparten ciertas características: antenas, patas con articulaciones, un esqueleto externo que mudan para crecer, y una sorprendente capacidad para adaptarse a distintos ambientes, ya sea en tierra o bajo el agua. De hecho, se cree que los insectos podrían haber evolucionado a partir de antiguos crustáceos acuáticos. Su parecido no es coincidencia.
¿Y si hablamos de nutrición?
Aquí es donde el tema se pone interesante. Los insectos comestibles —que cada vez ganan más espacio en la conversación sobre alimentación sostenible— son una verdadera bomba de nutrientes. Por ejemplo, los grillos tienen un contenido de proteína que ronda entre el 60 y 70%, además de minerales como hierro, zinc y calcio. También aportan vitamina B12 y grasas buenas, incluyendo omega-3 y omega-6. En muchos casos, este perfil nutricional compite (o supera) al de los mariscos tradicionales.
¿Y por qué no los comemos más?
Buena pregunta. Mientras que los mariscos tienen un lugar fijo en las mesas de muchas culturas, los insectos siguen siendo vistos con recelo en gran parte de Occidente. Sin embargo, en países de Asia, África y América Latina, forman parte habitual de la dieta desde hace siglos. Más allá del gusto, hay una razón de peso: criar insectos requiere mucha menos agua, espacio y recursos que criar vacas o cerdos, y además contaminan menos. Es una opción más amable con el planeta.
En resumen
Insectos y crustáceos no solo se parecen por fuera. También ofrecen grandes beneficios nutricionales y podrían ser clave en el futuro de la alimentación. Tal vez suene raro hoy, pero ¿quién dice que en unos años no estaremos comiendo tacos de grillo con la misma naturalidad con la que disfrutamos unos camarones al ajillo?
