Hubo una época —finales de los años 70— en la que el rostro de Robby Benson estaba en todas partes. Carteles en las paredes de las habitaciones, revistas juveniles abiertas en la página exacta donde aparecía su sonrisa tímida, y salas de cine repletas de adolescentes suspirando por ese muchacho de mirada intensa que parecía entenderlo todo sin decir demasiado. No era el típico galán arrogante de Hollywood; Robby tenía algo distinto. Algo más cercano, más humano, más real.
Para muchos, Benson fue el “chico bueno” del cine juvenil, el protagonista sensible que no necesitaba excesos para conectar con el público. Para otros, fue simplemente una etapa, un recuerdo asociado a una película romántica vista una tarde cualquiera. Pero la verdad es que su historia va mucho más allá de la fama temprana. La vida de Robby Benson es la de un artista que supo reinventarse, madurar y encontrar un propósito más profundo cuando los reflectores dejaron de apuntarle con la misma intensidad.

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Robby Benson nació en Nueva York en 1956, en una familia donde el arte no era algo lejano. Desde pequeño estuvo rodeado de música, interpretación y disciplina creativa. No pasó mucho tiempo antes de que Hollywood pusiera los ojos en él. A muy temprana edad ya estaba actuando, primero en teatro y luego en televisión y cine. Su talento natural y su capacidad para transmitir emociones lo convirtieron rápidamente en una apuesta segura para los estudios.
Durante los años 70, Robby Benson se convirtió en un ícono juvenil casi sin proponérselo. Películas como One on One, Ice Castles y Ode to Billy Joe lo posicionaron como el rostro del romanticismo adolescente. No interpretaba superhéroes ni personajes inalcanzables; era el chico común con conflictos reales, sueños rotos, dudas internas y un corazón enorme. Eso conectaba de inmediato con el público joven, que se veía reflejado en sus historias.
Pero la fama temprana tiene dos caras. Mientras millones lo admiraban desde lejos, Benson lidiaba con una presión constante: expectativas, contratos, horarios agotadores y una industria que muchas veces encasilla sin pedir permiso. A eso se sumaron problemas de salud que marcarían profundamente su vida. Desde joven sufrió una condición cardíaca congénita que, durante años, fue mal diagnosticada. Pasó por dolores intensos, cirugías y momentos en los que su carrera quedó en pausa sin que el público supiera realmente por qué.
En lugar de rendirse o desaparecer en silencio, Robby Benson hizo algo poco común en Hollywood: se tomó el tiempo para entenderse, para sanar y para replantearse su camino. A medida que los papeles protagónicos fueron disminuyendo, él comenzó a explorar otros lados del arte. Dirección, escritura, enseñanza… el escenario cambió, pero la pasión seguía intacta.
Muchos se sorprendieron cuando su nombre volvió a sonar en los años 90, pero esta vez de una manera muy distinta. Robby Benson fue la voz de Bestia en La Bella y la Bestia de Disney. Sí, esa voz profunda y emotiva que canta sobre el amor, la redención y la esperanza pertenece a él. Para toda una nueva generación, Benson no era el galán juvenil de los 70, sino una voz inolvidable que acompañó una de las películas animadas más queridas de todos los tiempos.
Ese regreso, aunque no fue físico frente a cámaras, demostró algo importante: el talento verdadero no tiene fecha de caducidad. Benson supo adaptarse a los tiempos sin traicionarse a sí mismo. Y mientras muchos actores luchaban por mantenerse relevantes, él encontró estabilidad y satisfacción en un rol que le daría aún más sentido a su vida: el de maestro.
Lejos del glamour de Hollywood, Robby Benson se dedicó durante años a la enseñanza universitaria. Ha sido profesor de cine y actuación, compartiendo no solo técnicas y conocimientos, sino experiencias reales. No enseña desde un pedestal, sino desde la vivencia. Desde los aciertos y también desde los errores. Para sus estudiantes, no es solo un ex ídolo del cine, sino un mentor que entiende las luces y sombras del mundo artístico.
Su historia personal también se convirtió en una fuente de inspiración. Benson ha hablado abiertamente sobre su salud, sobre el dolor crónico que soportó durante años y sobre cómo el sistema médico falló en diagnosticarlo correctamente. Lejos de buscar lástima, utiliza su experiencia para crear conciencia y para recordar que detrás de cada celebridad hay una persona real, con miedos, cansancio y batallas internas.
En lo personal, Robby Benson encontró estabilidad y amor fuera del ruido mediático. Está casado desde hace décadas con la cantante y compositora Karla DeVito, y juntos han formado una familia sólida. En un mundo donde las relaciones de Hollywood suelen ser fugaces, la suya destaca por su discreción y durabilidad.
Hoy, cuando se habla de Robby Benson, ya no se hace solo desde la nostalgia. Se habla de resiliencia, de evolución y de una carrera que supo transformarse sin perder autenticidad. Su legado no se limita a las películas románticas ni a una voz animada; está también en las aulas, en los libros que ha escrito, en las charlas que ofrece y en el ejemplo silencioso de alguien que entendió que el éxito no siempre es estar en la cima, sino encontrar sentido en lo que haces.
Quizás esa sea la mayor lección que deja su historia. La fama puede llegar temprano, irse, volver transformada o no volver jamás. Pero el propósito, cuando se cultiva con honestidad, permanece. Robby Benson no solo fue un ídolo juvenil de los años 70; fue y sigue siendo un artista completo, un sobreviviente de la presión mediática y un maestro de vida, en el sentido más amplio de la palabra.
Para quienes lo admiraron en su juventud, su historia es una invitación a mirar más allá de la pantalla. Y para quienes lo descubrieron después, es un recordatorio de que nunca es tarde para reinventarse, aprender y enseñar.

